(O de cómo imaginaban los victorianos nuestro esplendoroso presente)



La ascensión y caída de un irlandés cantamañas y muy mono (ryan O'neall) en la alta sociedad inglesa del dieciocho, contada como un cuento y durante tres intensísimas horas, con encuadres de una belleza de muerte, puros cuadros del XVIII (Turner, por ejemplo) una fotografía espléndida de paisajes sedantes en todos los tonos del verde y tamizados por un sol de oro y espejos, ambientación milimétrica hasta en la iluminación (siiiii....todo con luz natural, Kubric quiso iluminar la oscuridad con velas, persiguiendo así una fidelidad absoluta) , pelucones altaneros y brocados color mazapán en parasoles de muñeca antigua, ademanes y miradas contenidas por una cortesía hipócrita y zalamera propia de esa alta alcurnia, devaneo y coqueteo a tuti plen, extorsión y chantaje solapado pero envuelto en tafetán y brocados varios y la música de Händel, o Paisiello....y Barry y la condesa sin cruzar palabra cosiendo miradas de seducción pura mientras juegan a las cartas, y los niños floreciendo al día envueltos en terciopelo y puntillas, paseando por el parque con caballos enanos con adornos de plumaje en la cabeza...oh, es taaaaan maravillosa que esas tres horas se hacen añicos en tus pupilas como cristales mágicos...