nancicomansi

MI CUADERNO

Cuadriculaba su rutina con el jabón de lavadora, sus cuadernos llenos de apuntes y el croissant diario que se tomaba antes de clase en la cafetería barata y limpia de la esquina. Era profesora de primaria. Y mi vecina. Entrada en la cuarentena, con hoyuelo y gafas de quita y pon. Carmen, se llamaba; Su nombre, sólo su nombre, formó una elipse cerrada en esas seis letras y jamás entró apellido ni apodo alguno más en ella.Tampoco hacía falta. Desde el balcón la veía mojar las greñas de un sueño atroz en la tacita del café, y mascar bostezos mal contenidos junto a la pasta, intrínsicamente graciosos: fruncía su nariz y alzaba las cejas, lo que le daba un aspecto de asombro infinito, de heroína de cine mudo. El espacio que ocupaba la envolvía con dignidad, le otorgaba postura de catedrática sin serlo, y la distinguía de los demás habitantes del local, sin ella pretenderlo; Era totalmente inconsciente de su distinguido encanto de docente apresurada…paseaba un moño flojo muy chic color rubio cerveza, y era dueña de las uñas descascarilladas más seductoras que jamás haya visto; ese detalle, lejos de delatarla descuidada, le proporcionaban un aire entrañable de coquetería estéril y patosa, como de pitagorina adolescente…intención pero no perseverancia…helàs!
En verano daba caseras clases de repaso, en un comedor que integraba piezas pretendidamente clásicas con moderneces de melanina y una alfombra andina despeluchada color repelús, la verdad (un color que ya no se sabe si anda por el gris ratón, el beig-topo o color triste cartón , a secas…) . Lo sé porque acudía a su casa, mordisqueando el final de una manzana, contenta por estar cerca de esa señorita tan simpática y asequible, que mientras me hacía resolver ecuaciones de primer grado, iba a la cocina a por unas cuantas aceitunas que saboreaba secretamente… . Y eso también lo sé porque lo percibía en su aliento, al corregirme. Y a poner la lavadora…aprovechaba furtivamente para esas cosas.
Luego, cogía el bolígrafo tan fuerte, apretaba tanto, recuerdo, que me maravillaba no traspasara el papel de mi cuaderno, resuelta y segura como sólo puede estarlo un ser en grado superior de personalidad afirmada. O eso creía ciegamente yo. La había convertido en mi ídolo lleno de sabiduría pero asequible, cercano y hasta maternal…
En mi habitación, una vez en casa, me entretenía en reseguir, con los ojos cerrados, las grafías que había dotado de relieve al apretar, en el dorso, con las yemas de los dedos por toda mirada…