Eran las siete de la mañana, como de miel y terciopelo el cielo, yo me moría despacio, de punta en blanco, a pesar de todo, sobre todo por tí.
No sé si finalmente te merecía, me merecias, nos mereciamos o no los dos, solo sé que había acabado como un bichito repelente y en postrer estado catatónico, ardiendo en la verde y vacía botella de tu corazón.
Entre llama y llama, medio sofocada por tanto efluvio de azufre letalmente dulce, aún acerté a leer por última vez tu cruel despedida, que rezaba así, como en un prospecto de un fármaco sin más remedio que tomar: -"Adiós irreversible sin efectos secundarios, consiguiéndose con el alejamiento definitivo la disipación total de turbias dudas, mareos y cefaleas varias. Tómese de una sola vez, en una sola dosis a partir de esta misma mañana: efecto fulminante garantizado. Adiós. Ya no tuyo nunca jamás: Percival de Moura y c'est fini."-
1 comentario:
Lo amargo, si hay que tomarlo, mejor de un solo trago, a pasarlo de una vez y a olvidarlo.
Publicar un comentario